Argentina

Darío: “Nos falta un espacio de cuidado”

¿Desde cuándo trabajas con educación en contextos de encierro?
A partir de 2006, a partir de una experiencia de intercambio de ONG, porque yo pertenezco a una ONG que trabaja con adolescentes en la noche y, dada mi experiencia con los adolescentes, me invitaron a contar al servicio penitenciario y ahí fue de donde vino el desafío. ¿Si vos trabajás con estos pibes en la noche, por qué no trabajás con los pibes en cárcel? Yo no tenía experiencia en trabajar con pibes en situación de cárcel.

¿Y trabajas entonces con jóvenes?
Jóvenes adultos, es la denominación que tienen, de 18 a 21 años.

¿Qué tipo de desafíos encuentras en tu trabajo?
Primero el desafío que encontré es que, al ser tallerista y hacer trabajo comunitario, siempre mi laburo fue trabajar la estima, trabajar el desarrollo personal. Acá cuando llegué fracasé, fracasé porque todo lo que yo sabía hacer en lo que se respecta al desarrollo personal acá se hacía agua. No entraban los talleres, no eran de captación de los pibes, estuve así 3 meses hasta que fue una supervisión y lo que pudimos ver es que, tanto las dinámicas que estábamos haciendo, estaban equivocadas porque a los pibes les faltaba la base de la estima, la base del quererse, la base de reconocerse como personas. Entonces volví otra vez con los chicos, implementamos técnicas para trabajar en los jardines de infantes, el yo me quiero, el yo me cuido, hoy declaro que mi día va a ser lindo por esto, empezar a celebrar la vida, celebrar el encuentro y acá, en los jardines de infante, cuando se tiene tres años, una especie de socialización que hay, hay un animal, una tortuga, entonces hoy le toca llevarlo a uno. Aquí la técnica que hicimos fue un grabador, un pasa CD, entonces el primero a llevarse eso y teníamos los mismos inconvenientes que en el jardín de infantes, que porque se lo da a él, que los resquemores. Así fuimos creciendo de a pocos, implementando nuevas técnicas para que estos pibes puedan armarse una base y empezar a construirse y a reconocerse como personas, porque el no haber tenido familia, el no saber qué día es su cumpleaños, el no saber que ellos son importantes es todo un tema en la construcción de la identidad y de la estima. Eso fue lo que encontré, como laburar con esta población cuales fueron los desafíos que yo tuve.

¿De qué grado son?
Secundaria y primaria, porque hay muchos analfabetos, tienen entre 18 y 20 años, que por situaciones económicas han desertado de la escuela. Acá el sistema es igual que en el tiempo de los militares, como que salió de la guerra. La escuela no los busca y no son atractivos para la escuela, la escuela no seduce, la escuela no motiva, entonces genera un desgranamiento de la población y no la recupera.

¿Sientes que necesitas algún tipo de apoyo en tu trabajo?
Como tallerista me falta la posibilidad de supervisión y de contención emocional, donde poder descargar lo que vi, donde poder hablar de lo que escuché, donde poder trabajar la catarsis de la emocionalidad cuándo salgo de allí. Aprendí a callarme y abrir otros espacios donde sí puedo hablar. No puedo llegar a mi casa, pasó esto, esto, no se puede, no podemos contaminar nuestro medio, entonces creo que nos falta un espacio de cuidado, quien cuida al cuidador.

¿Qué te gusta y qué no te gusta en la educación en las cárceles? ¿Qué cambiarías?
Bueno, mi experiencia es diferente. Hay un centro cerrado, que se llama de máxima seguridad que yo voy, hay 24 pibes y allí los chicos no saben que tienen derecho a decir: “yo no quiero ir a la escuela”. Ellos van a la escuela porque está dentro de las pautas de vivir allí. Después trabajo en otra cárcel de Marcos Paz, en el módulo número 2, de jóvenes/adultos, y los chicos sí conocen de sus derechos, y de la población tan sólo participa un 25% o 30%, en la educación. Los demás, escribiendo, se niegan a recibir educación. Ese 30% que quiere participar de la educación se ve sujeto al comportamiento del módulo, si en el módulo hubo inconveniente, no lo sacan, entonces él pierde clases. La participación también depende de su conducta, si es castigado o no. Acá se ve como beneficio, no como derecho, el desafío es tomarlo como el derecho que tengo a la educación, que pase por encima de estas situaciones que son parte de la convivencia.

¿Cómo evalúas la formación de maestros y maestras para actuar en contextos de encierro?
Los maestros fueron educados para trabajar con pibes en la sociedad, en la comunidad, pero no tienen expertise en abordar a la población con la que les toca trabajar. Hay por ejemplo el hecho de que el docente llega y se distancia tanto corporalmente – alumnos, yo docente, no hay relación afectiva, no se abrazan, no se tocan, no se les llama por el nombre, se les llama por el apellido. Y también hay el tema de la seguridad, integridad, capacidad de desarrollarme en este aspecto. Hay muchos miedos y hay muchos juicios, del tipo ¡Yo a estos violadores no los voy a educar! Él ya está allí pagando la pena y tu trabajo es educar. La violación es otro tema que ya la justicia lo juzgó, pero el docente se niega a darle clase a estas personas. No tenemos herramientas de cómo trabajar con chicos violadores, no tenemos herramientas de cómo trabajar nosotros nuestras emociones frente a estas situaciones que nos da el sistema carcelario.

¿Qué recomendaciones darías al gobierno argentino o a las autoridades para que la educación sea más relevante y pertinente?
Acá está valorizada la educación dentro del ámbito, es más, el salario es distinto, en eso se lo reconoce, pero se lo reconoce por la peligrosidad, no por la importancia de la educación o lo relevante de la educación. Es como si yo fuera médico y me paguen más por trabajar con enfermos infectocontagiosos que cuidar a un bebé, hacer controles prenatales. Ese es el primer concepto y después hay que trabajar todo lo significante que escondemos atrás de cuando hablamos y que estamos diciendo cuando nos referimos a esta población, si hablamos de personas o hablamos de internos, hablamos de sujeto o hablamos de preso, qué queremos decir y que no sea tan esquizofrenizante el lenguaje porque el lenguaje crea una realidad y desde ahí nos estancamos.

Darío, 47 años, La Matanza, Buenos Aires, Argentina. Educador en contextos de encierro

Deja tu comentario